Trabajo
integrador
Espacio
curricular: Lengua y Literatura
Curso: primer
año
Profesora:
Rita Walter
Alumno/a:………………………………………………………………..
Fecha de
entrega de las consignas de trabajo por parte de la profesora: 1/12/2020
Entrega de la
producción por parte del alumno/a: 8/12/2020
Corrección
de parte de la docente : 11/12/2020
Devolución y
defensa virtual o presencial del
trabajo: 14 al 16/12/2020
1- Leé el
texto “Amigos por el viento” de Liliana Bodoc
que te presento.
Amigos por el
viento - Liliana Bodoc.
A veces, la
vida se comporta como un viento: desordena y arrasa.
Algo susurra,
pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta
lo que tiene
raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres
cotidianas.
Cuando la
vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos
con los que
vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado,
pasan papeles
escritos con una letra que creemos reconocer. El
cielo se
mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie
sabe si,
alguna vez, regresará la calma.
Así ocurrió
el día que su papá se fue de casa. La vida se nos
transformó en
viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta
que se cerró
detrás de su sombra y sus valijas. También puedo
recordar la
ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá
cerraba las
ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara
en su sitio.
—Le dije a
Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
—Me parece
bien —mentí.
Mamá dejó de
pulir la bandeja, y me miró:
—No me lo
estás diciendo muy convencida…
—Yo no tengo
que estar convencida.
—¿Y eso qué
significa? —preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida. Me vi
obligada a levantar los ojos del libro:
—Significa
que es tu cumpleaños, y no el mío —respondí.
La gata salió
de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá
tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una
verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento
en el horizonte.
—Se van a
entender bien —dijo mamá—. Juanjo tiene tu edad.
La gata,
único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita
buena.
Habían pasado
varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban
reparados los daños.
Los huecos de
la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no
encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como
estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. «Se me
acaba de romper una copa», inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza,
era capaz de esas y otras asombrosas hechicerías.
Ya no había
huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas
y a pasear juntas en bicicleta, apareció un tal Ricardo y todo volvía a
peligrar.
Mamá sacó
las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después
pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del
asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a
hacerlas. Algo que yo
no pude conseguir.
—Me voy a
arreglar un poco —dijo mamá mirándose las manos. —Lo único que falta es que
lleguen y me encuentren hecha un desastre.
—¿Qué te vas
a poner? —le pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
—El vestido
azul.
Mamá salió de
la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo
que me
esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de
su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro
con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo
por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando
de anticipar la manera de quedarse con
mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que, en vez de
hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de
bomberos, ametralladoras y explosiones.
—¡Mamá!
—grité pegada a la puerta del baño.
—¿Qué pasa?
—me respondió desde la ducha.
—¿Cómo se
llaman esas palabras que parecen ruidos?
El agua caía
apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo
esperaba.
—¿Palabras
que parecen ruidos? —repitió.
—Sí. —Y
aclaré —: Plum, Plaf, Ugg…¡Ring!
—Por favor
—dijo mamá—, están llamando.
No tuve más
remedio que abrir la puerta.
—¡Hola!
—dijeron las rosas que traía Ricardo.
—¡Hola! —dijo
Ricardo asomado detrás de las rosas.
Yo miré a su
hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un
pantalón que le quedaba corto.
Enseguida,
apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba
a ella. Y el azul les quedaba muy bien a
sus cejas espesas.
—Podrían ir a
escuchar música a tu habitación —sugirió la mujer que cumplía años, desesperada
por la falta de aire. Y es que yo me lo
había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.
Cumplí sin
quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se
sentó en la otra.
Sin dudas, ya
estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo
dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse
música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No
me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una
espina y la puse entre signos de preguntas:
—¿Cuánto hace
que se murió tu mamá?
Juanjo abrió grandes
los ojos para disimular algo.
—Cuatro años
—contestó.
Pero mi rabia
no se conformó con eso:
—¿Y cómo fue?
—volví a preguntar.
Esta vez,
entrecerró los ojos.
Yo esperaba
oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.
—Fue… fue como
un viento —dijo.
Agaché la
cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del
viento, ¿sería el mismo que pasó por mi
vida?
—¿Es un
viento que llega de repente y se mete en todos lados? —pregunté.
—Sí, es ese.
—¿Y también
susurra…?
—Mi viento
susurraba —dijo Juanjo—. Pero no entendí lo que decía.
—Yo tampoco
entendí. —Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.
Pasó un
silencio.
—Un viento
tan fuerte que movió los edificios —dijo él—. Y eso que los edificios tienen
raíces…
Pasó una
respiración.
—A mí se me
ensuciaron los ojos —dije.
Pasaron dos.
—A mí
también.
—¿Tu papá
cerró las ventanas? —pregunté.
—Sí.
—Mi mamá
también.
—¿Por qué lo
habrán hecho? —Juanjo parecía asustado.
—Debe de
haber sido para que algo quedara en su sitio.
A veces, la
vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se
le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los
edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
—Si querés
vamos a comer cocadas —le dije.
Porque Juanjo
y yo teníamos un viento en común. Y quizás ya era tiempo de abrir las ventanas.
2- ¿Cuál es
ese viento que une a los personajes? ¿Por qué? ¿Alguna vez sentiste como la
protagonista, vulnerada tu intimidad? ¿Qué te pasó? ¿Cómo terminó?
3- Caraterizá
los elementos de la trama narrativa ( lugar, tiempo, personajes, acciones
principales-conflicto y resolución- , narrador)
4- ¿Cuáles
son las clases de cuentos que estudiamos este año?¿Qué clase de cuento es este?
¿Po qué? Da ejemplos
4.1- Leé la
novela” La lluvia sabe por qué” y
explicá dos semejanzas con este cuento.
5- Transcribí
los verbos del párrafo subrayado y clasificalos en tiempo, modo, persona y número.
6- Separá en
sílabas, marcá la sílaba tónica, clasificá según sea aguda grave, esdrújula o
monosílabo. Explicá si se tilda o no cada palabra.
DECÍA- ÉL- ABRIÓ - FUE